TODOS NOS EQUIVOCAMOS
Juan 8:7 El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella
Adán se equivocó, Judas Iscariote cometió el peor error de su vida, “entregar al Maestro”, el Apóstol Pedro negó al Mesías, el rey David buscó la mujer equivocada y cometió adulterio, el rey Saúl justificó su desobediencia ante el profeta Samuel y Dios le quitó el reinado, el gran líder Moisés un día se airó pecando contra Dios y por eso no pudo entrar en la tierra prometida, Abraham no esperó la promesa de Dios con paciencia, sino que durmió con la mujer equivocada por insinuación de su esposa Sara y llegó el niño equivocado que se convirtió en el Ismael que ha perseguido a Israel por generaciones, Sansón falló al revelar el secreto de su fuerza y terminó perdiendo su vida, Salomón después de ser el rey más sabio que ha existido, terminó pecando contra Dios adorando ídolos con sus enemigos, el gran profeta Elías huyó de Jezabel que lo amenazó de muerte y entró en auto conmiseración pidiendo a Dios que le quitara la vida.
Estas son algunas de las vivencias de algunos hombres de la Biblia que nos muestran lo vulnerable que es la vida del ser humano, lo frágil y débil que somos ante el pecado, sensibles ante las inclinaciones carnales de un corazón traicionero y engañoso, ¿Quién nos podrá librar de este cuerpo de pecado? Solo el Señor Jesucristo, nuestro Mesías. El llevó todas nuestras debilidades y pecados, el tiene compasión, misericordia por nosotros. Nos perdona, nos libera, nos restaura.
Dios sabe que somos menos que el polvo de la tierra, que hoy estamos y mañana no, que somos como una flor del campo que se marchita de un día para otro.
¿Podemos decir como el rey David? “Que soy yo para que me visites y te acuerdes de mi, límpiame de mi pecado, no escondas tu rostro de mi, crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu.
Esto nos hace reflexionar que la primera piedra no podrá ser lanzada por absolutamente nadie.
Oremos: Padre, perdónanos porque en nuestro orgullo hemos fallado contigo y también con nuestro prójimo, hemos señalado el pecado de los demás, los hemos juzgado y como un fariseo hemos dicho: Dios, te doy gracias que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano. Hombre de ayuno, fiel con los diezmos, ejemplo de muchas de nuestras congregaciones. Padre, perdónanos. Amén