DAD Y SE OS DARA
Mateo 6:38 Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.
Conozco a una mujer de edad avanzada, que nos dio un testimonio que sucedió en su vida, hace unos pocos días.
Ella nos dice: hace unos días atrás, fui a mi despensa y no tenía nada para comer, no me habían pagado mi salario de retiro y en mi cuenta bancaria no había nada, pero decidí ir al supermercado a comprar algo para poder comer.
Compré lo que necesitaba y fui a la caja a pagar, el cajero pasa la tarjeta debito para pagar y esta no funciona, la pasan varias veces y tampoco funciona, utilizan otras maquinas y no da pago. Yo me preocupe por lo que estaba sucediendo, porque yo sabía que había dinero, pero no sabía por qué no funcionaba la tarjeta.
Yo le digo al cajero: voy a dejar el carrito con el mercado y voy a ir a mi casa a traer la tarjeta de crédito, con ella si puedo pagar.
En ese momento se me acerca una mujer joven que trabaja en ese supermercado y me dice: ¿Cuánto debe pagar por lo que compró? Son $58 dólares, y ella me dice: yo le pago lo que compró, y lo hizo. Yo le di las gracias y le dije que Dios la bendijera, que volvería para pagarle; ella me dio: usted no me debe nada.
Yo insistí en pagarle y regresaré para pagarle, pero no la encontré.
Al día siguiente vine a buscar a la joven dama, pero no estaba, la llamé a su teléfono para decirle que necesitaba pagarle, y ella me insiste que no le debo nada. Yo le dije: ¿Su esposo sabe lo que usted hizo?, claro que si, él sabe todo lo que yo hago, somos cristianos y nada nos ocultamos. Oh, entonces somos hermanas porque yo también soy cristiana y me despedí de ella.
Regrese al supermercado otro día y me encontré con la gerente de la tienda y le conté lo que la joven dama había hecho, que yo estaba agradecida con Dios por lo que había hecho.
Al día siguiente me encontré con la joven dama en el supermercado, pero estaba llorando, y le pregunté: ¿qué pasó? Me dice: la gerente me llamó y me dijo: “por lo que usted hizo con esa anciana, hemos decidido darle un bono económico a usted, empleadas como usted, son las que necesitamos en esta empresa”.
Nos abrazamos y nos alegramos por lo que había sucedido.
Así es la vida, ella nos demuestra que para recibir más, debemos dar, y Dios sabe que cosecharás de acuerdo con lo que des. El Señor quiere que esperemos un milagro a la hora de la cosecha.
El dar y el recibir van juntos. Solamente dando nos colocamos en la posición de esperar, recibir y cosechar. La cosecha es mayor a lo que damos. Demos como su le diéramos a Dios, y así recibimos de él.
¿Quieres un milagro financiero en tu vida? Tienes que invertir, y eso se hace dando, después esperar y vamos a recibir tarde o temprano. Puede que el milagro venga a tu vida por un aumento de salario, una llamada para un nuevo puesto, una idea de negocio que te llega, una oportunidad inesperada, una invitación, un ascenso en tu empresa. Aquí la ley de la reciprocidad funciona, Tú das y Dios te da. Depositas dinero en tu banco, y el banco te paga intereses, eso se llama reciprocidad.
Hay mucha gente que quiere recibir sin dar nada, especialmente cuando se trata de las cosas de Dios. La gente espera que Dios les envié bendición, cuando ellos no han invertido ni un dólar en el reino de Dios. Si no estás invirtiendo tu tiempo, tus talentos, tu dedicación y tu dinero, ¿por qué esperas recibir algo? ¿Cómo puedes recibir algo, cuando no has sembrado nada?
La prosperidad empieza por la inversión en su reino.